jueves, 6 de junio de 2013

Crónica de un huerto 5: La huerta de los cantos

Cuando era pequeña, mi abuela Agustina solía contarme muchos cuentos del pasado. Uno de sus favoritos era aquel en el que llegaban a San Pablo y compraban la finca para hacerse una casa y echar raíces. Ella siempre recalcaba que antes estaban solos en esta parte alta del pueblo, no había ninguna casa y los del pueblo llamaban a este terreno la huerta de los cantos. A mí siempre me pareció algo curioso pero hasta este verano ninguno de nosotros ha tenido una idea del verdadero alcance de aquel nombre tan aparentemente inocente.


Comprendemos el nombre. Lo comprendemos mucho. ¡Está plagada de cantos! ¡Bien gordos! Y, claro, yo no recuerdo haber visto muchas hortalizas creciendo encima de los cantos, por lo que hemos tenido que pasar a la acción. Después de haber hecho una limpieza superficial del terreno creemos que podríamos construir una murallita entorno al huerto de los cantos dichoso. Pero esto no acaba aquí. Tenemos una mala noticia porque, a pesar del duro trabajo de apartamiento de piedras -que no de eliminación- el año que viene, cuando aremos, estaremos condenados de manera inevitable a tener más cantos al retortero. La buena noticia es que, para nuestro alivio, todavía falta un año entero para que eso suceda.

Los hortelanos en esta pedregosa tarea han sido muchos y muy bien dispuestos, dispersos a lo largo de varios días de trabajo. A continuación añadiré una serie de fotografías que ilustran a la gente manos a la huerta. 

 
Aquí tenemos a Fernando en ese periodo de tiempo en el que llegó a ser conocido como el pedrero por su terca obsesión de quitar los cantos antes de que nadie se lo hubiese pedido. Lo cierto es que debemos reconocerle su mérito al enfrentarse por primera vez y en solitario a la imagen desoladora de los muchos cantos por todas partes.



Pensamos que Toñi debió sentirse en algún momento envidiosa de Fernando y su sobrenombre de pedrero porque cogió con unas ganas la pala y la carretilla que todavía sorprende a cuantos lo escuchan. Increíble. 


Pero todo el mundo sabe que las cosas en solitario siempre se llevan peor. Así que aquí tenemos a una buena cuadrilla quitando piedras bien temprano por la mañana. Al fondo se puede entrever nuestra gran muralla.


Y entre col y col, lechuga... Te digo yo que hacer las cosas solo es muchísimo más aburrido. 
  
 ¡En fin! Los cantos que más estorbaban ya han sido echados a un lado y podemos dedicarnos a otra cosa, mariposa.

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