viernes, 18 de mayo de 2012

Los gatos de Toledo


Erase una vez una ciudad en la que había gatos por todos los rincones. Los mininos eran de todos los colores imaginables y de personalidades variadísimas. Y, si alguien hubiera tenido la ocurrencia de contarlos a todos, habría descubierto que había casi más gatos que personas en toda la ciudad

Los vecinos de Toledo tenían muchas y muy distintas opiniones respecto a esta pequeña invasión felina. Unos pensaban que eran unos gatitos adorables mientras que otros opinaban que eran una plaga que debía ser exterminada. ¡Qué situación! Aunque, a decir verdad, los defensores de los gatos nunca tenían ganas de defenderlos mucho y que los enemigos de los gatos nunca hacían nada activo para acabar con ellos. Así, la vida de los gatos toledanos transcurría con relativa tranquilidad

Muchos de ellos decidieron acomodarse en algunas de las casas abandonadas del casco. Se colaban de forma sigilosa entre las rejas de las ventanas y a través de los huecos de las puertas carcomidas. Allí echaban la siesta sin que nadie les molestase, lejos del trajín de las calles y del paso de los turistas. Por la noche, salían de sus escondrijos para cazar. Cuando no encontraban presas atacaban a las bolsas de basura que los vecinos dejaban en la puerta para que se las llevara el camión de la basura. Solía haber cosas muy ricas dentro, ¡ñami!


Una vez, un señor muy malvado, cansado de que esparcieran la basura y se hicieran pipi por todas partes, se dirigió a una casa en la que vivía un pequeño grupo de gatos. Cuando el hombre entró, armado con un enorme palo, vio que en un rincón había un montón de gatitos pequeños maullado. Ni corto ni perezoso decidió matarlos a todos para que no se convirtieran en gatos adultos rompe bolsas.

Justo cuando estaba a punto de descargar un fuerte golpe sobre los gatitos, el hombre se desvaneció. ¡Plin! ¿Se desvaneció? Casi, casi. ¡Se había convertido en un ratón! La mamá de los gatitos había visto cómo el señor se acercaba con furia hacia sus pequeños y había utilizado su adormilada magia para defenderlos. Los gatitos se divirtieron mucho con su nuevo juguete y el violento se llevó un buen escarmiento. Y es que, el ingenuo había olvidado que los gatos de Toledo son brujas encubiertas. Hace tiempo que dejaron de hacer maldades. Pero, ¡cuidado! No vaya a ser que alguna os eche una maldición…

2 comentarios:

  1. Bonito post Cristina empiezas bien con tus historias, enhorabuena.

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  2. José Luis García-Calvo Jaime4 de julio de 2013, 4:18

    Qué hálito de fábula más mágico recorre cada párrafo de este escrito.

    Y es que es cierto: los gatos, con sus ojos de gato, sus maullidos de gato y su aire de misterio (de gato) son algo así como los rondadores nocturnos de cada pueblo y ciudad. Vigilando desde cada rincón, desde cada tejado, caminando sobre callejones y tejados observando desde la oscuridad, preparados para soltar sus hechizos a la más mínima oportunidad.

    Me ha gustado mucho, Cris! Tienes una manera única de narrar las cosas!

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