martes, 22 de mayo de 2012

La Virgen de la Bienvenida


Erase una vez una plaza muy grande y hermosa. O eso les parecía a los niños que en ella jugaban, con su pequeña estatura y su enorme fantasía. La plaza estaba escondida entre montones de pisos y tenía vistas a un montecillo cercano. Los árboles del montecillo parecían a los niños un lugar maravilloso, pero estaba prohibido pasar. Había terroríficas calaveras en las vallas que impedían el paso. De vez en cuando, se escuchaban bombazos porque allí practicaban los militares el arte de la guerra. 

Pero, volviendo a la plaza… Además, de las vistas, había banquitos pegados a las paredes para poder sentarse. Pero lo que más les gustaba a los niños era una enorme jardinera que estaba plantada en medio de la plaza. Tenía plantas de todas las clases, incluso árboles, y parecía una selva en miniatura. Uno de los juegos favoritos de los niños era buscar caracoles y demás insectos entre las hojas. ¡Era muy emocionante!

Los niños siempre jugaban y jugaban en la placita. Todos querían estar en la calle. Patinaban, jugaban con la pelota a mil juegos distintos, al escondite, con la goma, la comba, los tazos, las canicas, la peonza, intercambiaban cromos y hojitas de colores y, de vez en cuando, se podían escuchar esas canciones con las que las niñas jugaban a las palmas. 

Pero todos los días, desde una ventana de rejas, se podía ver una silueta recortada tras un visillo. La vieja más cascarrabias del barrio acechaba esperando a cualquier descuido para romper pelotas descarriadas y para hacer saber a los niños que les odiaba. Nadie vio venir la amenaza tras los visillos y, con el tiempo, acabó matando la vida de la placita y las risas de los niños. 

Hoy, es una plaza desierta. La gran jardinera está pelada, solo quedan unas pocas rosas dispersas. No hay caracoles. No hay niños. Pero sí hay mucho silencio y un gran cartel pegado en una pared con letras en rojo que reza: Prohibido jugar a la pelota, con los patines y con la bicicleta. 

Esta es la historia de la Virgen de la Bienvenida, en Santa Bárbara. La placita en la que yo fui feliz de niña.

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