Hoy la estatua del señor
Cervantes se ha mojado a base de bien, de una manera continua y persistente.
Aunque quizá haya disfrutado el respiro que le han dado los turistas, más
entretenidos en buscar resguardo para la lluvia que de posar para la foto con el célebre escritor.
Mi mala suerte y la mala calidad
de mi paraguas me han obligado a bajar andando a casa. Y ha sido entonces, bajando hacia el puente, cuando he recordado los torrentes de agua
que caen por las calles empinadas cuando llueve. Una imagen muy pintoresca y un
reto peligroso.
Yo salí victoriosa en mi afrenta contra el agua y lejos de
sentir el fastidio de la que se ha calado hasta los huesos, me he sentido feliz
y divertida al llegar a casa. Por fin llueve y tengo un motivo para recordar mi
querida Irlanda.
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