¡Qué vileza! Uno anda tan tranquilo entre sus acelgas y sin comerlo ni beberlo se encuentra en un escurridor, lejos de ese olorcito tan rico a tierra mojada, de los tomates, las lechugas y de esa mujer algo encorvada, pero diligente, que viene a regarlas de tanto en tanto.
Así que, aunque no quiera, a viajar me toca y conocer esto que llaman el huerto urbano. Y, encima, habrá que dar gracias. Mejor esta mata de pimiento chuchurría -y ¡atención! ¡en maceta!- que la olla cociendo en la que casi acabo.
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