Erase una vez una ciudad en la
que había gatos por todos los rincones. Los mininos eran de todos los colores
imaginables y de personalidades variadísimas. Y, si alguien hubiera tenido la
ocurrencia de contarlos a todos, habría descubierto que había casi más gatos
que personas en toda la ciudad
Los vecinos de Toledo tenían
muchas y muy distintas opiniones respecto a esta pequeña invasión felina. Unos
pensaban que eran unos gatitos adorables mientras que otros opinaban que eran
una plaga que debía ser exterminada. ¡Qué situación! Aunque, a decir verdad, los
defensores de los gatos nunca tenían ganas de defenderlos mucho y que los
enemigos de los gatos nunca hacían nada activo para acabar con ellos. Así, la
vida de los gatos toledanos transcurría con relativa tranquilidad
Muchos de ellos decidieron
acomodarse en algunas de las casas abandonadas del casco. Se colaban de forma
sigilosa entre las rejas de las ventanas y a través de los huecos de las
puertas carcomidas. Allí echaban la siesta sin que nadie les molestase, lejos
del trajín de las calles y del paso de los turistas. Por la noche, salían de
sus escondrijos para cazar. Cuando no encontraban presas atacaban a las bolsas
de basura que los vecinos dejaban en la puerta para que se las llevara el
camión de la basura. Solía haber cosas muy ricas dentro, ¡ñami!
Una vez, un señor muy malvado, cansado
de que esparcieran la basura y se hicieran pipi por todas partes, se dirigió a
una casa en la que vivía un pequeño grupo de gatos. Cuando el hombre entró,
armado con un enorme palo, vio que en un rincón había un montón de gatitos
pequeños maullado. Ni corto ni perezoso decidió matarlos a todos para que no se
convirtieran en gatos adultos rompe bolsas.
Justo cuando estaba a punto de
descargar un fuerte golpe sobre los gatitos, el hombre se desvaneció. ¡Plin!
¿Se desvaneció? Casi, casi. ¡Se había convertido en un ratón! La mamá de los
gatitos había visto cómo el señor se acercaba con furia hacia sus
pequeños y había utilizado su adormilada magia para defenderlos. Los gatitos se
divirtieron mucho con su nuevo juguete y el violento se llevó un buen
escarmiento. Y es que, el ingenuo había
olvidado que los gatos de Toledo son brujas encubiertas. Hace tiempo que
dejaron de hacer maldades. Pero, ¡cuidado! No vaya a ser que alguna os eche una
maldición…
Bonito post Cristina empiezas bien con tus historias, enhorabuena.
ResponderEliminarQué hálito de fábula más mágico recorre cada párrafo de este escrito.
ResponderEliminarY es que es cierto: los gatos, con sus ojos de gato, sus maullidos de gato y su aire de misterio (de gato) son algo así como los rondadores nocturnos de cada pueblo y ciudad. Vigilando desde cada rincón, desde cada tejado, caminando sobre callejones y tejados observando desde la oscuridad, preparados para soltar sus hechizos a la más mínima oportunidad.
Me ha gustado mucho, Cris! Tienes una manera única de narrar las cosas!