Tengo ganas de llorar. Muchas. No
quiero pasear por el valle. Ya no quiero ver la silueta recortada de iglesias y
tejados de Toledo. No soporto mirar al río y ver que ha muerto. No puedo ver
esas aguas que un día dieron vida a la ciudad y que hoy traen solo podredumbre
y muerte.
Martínez Gil escribió un libro en
el que ya anunciaba la enfermedad del río y el fin de una comunidad de
castores. Fernando ganó el premio Nacional de Literatura Infantil en el año
1979 por ese libro. Miles de niños leyeron sus páginas en los colegios
españoles. Acompañaron a Moi en su desesperada búsqueda por el antídoto que
curaría a su gran hermano río y lloraron con él cuando, desesperado, se tendió llorando
a sus orillas y se convirtió en piedra. El río lleva muchos años enfermo y las
lágrimas de Moi no curaron sus aguas porque aquello, desgraciadamente, era un
cuento.
Yo tengo muchas ganas de llorar
porque los niños y los adultos de entonces no han despertado a la realidad. La
realidad de un gran amigo que muere a nuestros pies, asesinado. No importa quien
tenga la culpa de los peces flotando sin vida de hace unos días, si trasvases,
vertidos, Madrid o colectores toledanos. Todos ellos han contribuido a un
asesinato prolongado y que a nadie ha pillado de sorpresa.
Y yo, que poco puedo hacer en
este país injusto en el que la falta de dinero es la escusa y la falta de moral
es la norma, lloro de impotencia. Lloro mucho.